Desde hace muchos años, he compartido con mis seres queridos un pensamiento que, aunque difícil de explicar, siempre ha estado muy presente en mí: el día que me muera, quiero descansar junto a mis abuelos.
Es un deseo que va más allá de lo físico. No se trata solo del lugar, sino del lazo espiritual que me une a ellos. Mis abuelos han sido figuras fundamentales en mi vida. Su amor, su ejemplo, su forma de estar… dejaron una huella imborrable. Incluso ahora, siento que siguen conmigo. Siempre. En lo bueno y en lo malo, su presencia me acompaña.
Mis padres, mi marido… son pilares esenciales en mi vida, y mi amor por ellos es inmenso. Pero lo que siento por mis abuelos es diferente. Es otro tipo de vínculo, profundo, sereno, eterno. No se trata de querer más o menos. Es que hay lazos que se viven de otra forma.
Y aunque no la mencione al principio, la persona más importante de mi vida es mi hija. Ella es mi razón, mi motor, mi todo. Pero no la nombro entre quienes imagino cuando pienso en mi despedida, porque en el orden natural de las cosas, los padres se van antes que los hijos. Y mi deseo más fuerte es que ella viva una vida plena, larga, feliz, sin tener que cargar con despedidas prematuras.
Así que cuando pienso en ese “día de mañana”, lo hago con tranquilidad. Ya no me obsesiona como antes, pero sigue siendo parte de mí. Quiero que quienes me rodean lo sepan: mi voluntad es estar con mis abuelos. No porque no haya otras personas importantes, sino porque ese lazo con ellos es único. Porque de alguna manera, siento que ya estamos juntos. Y cuando llegue el momento, quiero volver a ese lugar donde una parte de mí nunca se fue.
Quiero estar con ellos. En paz. En amor. A su lado para siempre.